Llevaba días sin dormir, las fuertes mareas, aquel barco pirata que casi les dio alcance, las fiebres de ese marinero…

Y encima, la niebla, esa maldita niebla que se había instalado como por arte de magia. Una niebla espesa que apenas dejaba divisar el puerto.

El barco traía carbón de Inglaterra, un cargamento valioso del que nada podían saber en el puerto hasta cerrar el trato.  Ya se habían producido algunos robos de mercancía y Stuart no se lo podía permitir.

Algunos de los marineros que lo acompañaban eran de la ciudad donde desembarcaban y le ayudaban en eso del idioma, especialmente uno era su mano derecha en esta y en otras tareas, su nombre Antonio el chato, como era conocido en la ciudad.

Hacía ya casi medio siglo que se había decidido trasladar a ésta, Cádiz, desde Sevilla, el privilegio de ser desembarco de los barcos de flota de indias. Este privilegio había hecho que el potencial económico aumentara considerablemente.

Antonio sabía desenvolverse más que bien entre negocios importantes y no salir escaldado.

Tres años atrás, Stuart lo había visto a lo lejos, desde la proa del barco, mientras dirigía a unos diez hombres que desembarcaban un cargamento. Antonio controlaba cada movimiento de los diez con firmeza a la vez que bromeaba con los capitanes de varios barcos ingleses, hablándoles en una especie de inglés españolizado.

Stuart esperó a que Antonio acabara su trabajo para abordarle. Apenas pasaron unos minutos y ya compartían tragos en una taberna cercana. El vino Jerez desbordaba las jarras en cada brindis. Tras media tarde sin apenas levantarse de la mesa, tan solo para ir a descargar parte del liquido deglutido, salieron de la taberna con un trato de trabajo y llamándose de tú.

Miles de historias compartidas en estos tres años, miles de batallas. Pero esa historia os la contaré otro día.

Aquel día Stuart, más cansado de lo habitual, mandó al Chato a cerrar el negocio.

Nada más bajarse del barco, se cruzó con Manuel, con el que dejó algunas cosas pendientes en su partida y no quiso comentarle nada.

Antonio se movía rápido entre las calles, sabía que el comprador era muy quisquilloso con la puntualidad y, además, también sabía que el cargamento no podía estar mucho tiempo sin desembarcar y no llamar la atención.

La puerta de la casa casi se abrió de golpe como esperando al Chato.

Asier esperaba a Stuart pero Antonio supo convencerle de que no era necesario su presencia, se excuso con cierta elegancia y a la vez cercanía y ganó esa confianza.

En cuestión de una hora y poco, la compra estaba sellada.

Antonio volvió algo más pausado al puerto. Stuart le esperaba donde lo vio la primera vez, en la proa. Antonio grito bien fuerte OK y Stuart mientras desembarcaban el carbón dijo mirando a Antonio “Look and do it”, asegurándose que estuvieran atentos y nadie robara la carga.

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