Por qué el mundo necesita a Superman
En junio de 1938, poco menos de 9 años después del crack de Wall Street, apareció en los quioscos estadounidenses el número 1 de algo nuevo: Action Comics. La pareja formada por Jerry Siegel y Joseph Shuster, ambos judíos, de lo que hablaremos enseguida, habían hecho Historia. Y el mundo nunca volvería a ser el mismo.
Estos dos muchachos del estado de Ohio presentaban al mundo al que estaba llamado a ser el máximo exponente de la mitología del siglo XX, y quizás del XXI; la portada mostraba a un forzudo con capa levantando un coche mientras varios hombres corrían despavoridos, presas del pánico provocado por la inhumana explosión de poder. Hoy día ya no tiene sentido preguntar qué estaba pasando; incluso la persona más alejada de los tebeos sabe que Superman es una fuerza del bien, y que los que huían, muy probablemente serían malvados a los que el Hombre de Acero estaba capturando. Pero en 1938 solo se veía a un hombre con fuerza sobrehumana, pero no sabías porque hacía lo que hacía.
Hoy, la propia difusión del personaje de Superman nos deja una serie de prejuicios, que damos como ciertos, sobre el hombre del mañana: el defensor del Status Quo, la verdad, la justicia y el modo de vida americano; el paladín del imperialismo yanqui, el epitomen de la superioridad estadounidense sobre el resto del mundo.
Pero la realidad, como suele suceder, se parece poco a nuestros prejuicios. El superhombre de S&S era más Chaplin en Tiempos Modernos (sin las risas, de hecho, casi no sonreía) que Rambo; era el héroe de la gente, de la clase trabajadora. En su primera aventura detiene a cinco gansters y a un político corrupto, y en las siguientes a maridos maltratadores de mujeres, estafadores y similares. Vamos, un defensor del pueblo, que explicitaba la capacidad de la humanidad frente a la deshumanización del sistema capitalista que en los años 30 estaba desbocado (como ahora, por cierto). Los anhelos y los miedos de una generación plasmados en cuatricromía: el héroe que se necesitaba en los años 30, enfrentándose a los problemas de los años 30.
E incluso vayamos un poco más atrás, a la historia ya sabida por todos: el niño enviado por sus padres desde un lejano planeta llamado Kripton (del griego Kyptos, que significa oculto), en una nave que atraviesa el universo hasta llegar a la tierra. ¿notáis las similitudes con la historia del Moisés, el profeta más importante del judaísmo?, además de los paralelismos con la Diáspora, o la inmigración masiva de judíos hacia Norteamérica a finales del siglo XIX. Fijaos hasta en el nombre: Kal-El pasa a ser Clark Kent, de manera similar a como algunos judíos emigrantes cambiaron su nombre en la emigración. Oculto a plena vista, un par de chavales judíos ponían la historia de su pueblo en la sociedad del siglo XX, haciéndola accesible y entendible para ese momento.
Y, como diría Yolanda Díaz, otro dato: Superman extrae su poder del sol, lo que lo relaciona con dioses solares, como Horus o Mitra (que se relaciona también con el Jesucristo cristiano por asimilación), e incluso Apolo, con el que también comparte su físico portentoso. El superhombre como heredero de las grandes mitologías (y religiones, si es que alguien puede distinguirlas claramente), que en su paso al mundo moderno adquiere características propias, pero relacionadas con sus ancestros.
Tres capas que construyen a Superman, y en general a todos los superhéroes, haciéndolos entendibles y reales en el mundo actual: pasado y presente convergiendo en el personaje y proyectándolo al futuro; cubriendo una necesidad en el momento concreto, incierto y terrible (no olvidemos que a los pocos años de su creación estallaría la Segunda Guerra Mundial), que buscaba respuestas, porque las preguntas habían cambiado. Y, además, diseñado por dos miembros de un grupo marginado y de los que más sufrió el terror nazi: el pueblo judío.
El poder de Superman reside, no es su visión calorífica, ni en su capacidad de volar, ni siquiera en su superfuerza, es algo más sencillo y más complejo a la vez; encajó perfectamente con un hilo de continuidad con los héroes de las historias que nos hemos contado siempre a través del tiempo, para explicarnos el mundo, pero también para imaginarnos un nuevo mundo que acabe con las injusticias.
La época de la Gran Depresión americana necesitaba de un héroe que diese esperanza al chaval de 12 años que veía como sus padres se deslomaban trabajando, en el mejor de los casos, y solo podían permitirse malvivir en casas cochambrosas. Cuando los regalos de navidad eran naranjas que no podían comer en ninguna otra ocasión, cuando esos mismos niños tenían que dejar la escuela y trabajar para arrimar algo más de dinero a la casa. Y para ello, se tomó lo mejor de las historias que S&S conocían, y dieron en la tecla: crearon un icono inmortal, un faro poderoso físicamente, pero también con un sentido moral inquebrantable que siempre le ponía del lado de los desfavorecidos frente a los abusos de los poderosos.
El poder de las historias, de las metáforas, de los cuentos, es el mayor poder que tiene el ser humano para cambiar el mundo, y Superman es un eslabón más en esa cadena de construcción de futuro. Por eso necesitas un Superman, aunque no lo sepas, aunque jamás hayas leído un tebeo suyo, aunque digas que son chorradas para críos; lo necesitamos porque nos conecta con el pasado y con el presente, y avanza el futuro; pero, sobre todo, porque nos permite soñar. Y hay que tomarse muy en serio nuestros sueños.