Utopías y Superhéroes
Utopías y Superhéroes
La utopía está en el horizonte.
Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar
Eduardo Galeano
Vivimos tiempos inciertos, el fin de una época que trajo grandes desastres como la Segunda Guerra Mundial, pero también grandes logros colectivos, como los procesos emancipatorios y el desarrollo tecnológico; nos estamos adentrando en un periodo de la Historia en el que aún no podemos intuir que nos traerá: ¿será una sociedad distópica en el que las grandes corporaciones controlarán el mundo o será otra cosa?
Análisis de cómo la literatura y el arte son influidos por la sociedad y también influyen.
Si echamos un vistazo a lo que nos dicen los soñadores, seguramente llegaremos a la conclusión que el futuro será más bien negro, pocas señales nos dicen que podamos construir un mundo mejor. El futuro, según parece, siempre será peor, así que lo mejor será conservar el presente.
Un vistazo a los tebeos, que es de lo que van estas columnas, la cosa parece clara. La considerada por muchos la mejor obra comiquera, Wachtmen, nos habla de un futuro bastante jodido; si bien es cierto que deja abierta la posibilidad de un mundo mejor y unido frente a un enemigo común, todos interpretamos que la cosa no va a ir por ahí, y eso mismo han desarrollado los que han intentado seguir avanzando en la historia, como la serie de HBO del mismo nombre.
Alan Moore, el guionista de la misma, muy a su pesar, lanzó el postmodernismo a los tebeos con tal fuerza que todo lo escrito posteriormente quedó marcado por esta serie limitada de 12 números. Reventó el gran relato que nos decía que los buenos siempre ganan, que tener razón era suficiente para ganar y que el mundo mañana siempre sería un poco más luminoso. (Un pequeño inciso para puristas: La serie Escuadrón Supremo de Gruenwald es previa a Wachtmen y es un anticipo a todo esto que estamos desarrollando, pero no ha tenido tanta repercusión como la obra de Moore y Gibbons)
Pero, y aquí viene el punto determinante de este escrito, su intención era otra.
Todos tenemos, más o menos, la idea de que Wachtmen es una distopía. Moore, creo, intentó contarnos que, si seguíamos por el camino de la Guerra Fría, incluso desde las mejores intenciones, el mundo iría a peor. Era una advertencia, igual que el Nosotros de Zamiatín, Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, o El proceso de Kafka, de que había que tener mucho cuidado con las desviaciones de las Utopías.
Las Utopías, permitidme que parafrasee a Galeano, nos permiten caminar, avanzar, imaginar qué tenemos que cambiar en el mundo para hacerlo mejor. La República de Platón nos decía qué camino debíamos seguir, según su autor, para tener la mejor sociedad posible; La propia Utopía de Tomas Moro, es un mapa de qué hacer para conseguir una sociedad más justa; incluso La Rebelión de Atlas, de Ayn Rand, puede ser considerada una Utopía si eres un sociópata sin capacidad de empatía y egoísta, que enseña el mundo perfecto para los anarcocapitalistas y neoliberales.
El manifiesto Comunista no deja de ser una Utopía, un análisis de cómo es el mundo, sí, pero también una hoja de ruta de la construcción de un modelo superador del capitalismo del siglo XIX. Aunque Marx y Engels critican a los socialistas utópicos, y con razón, por no tener un análisis científico de la sociedad, ellos mismos no dejan de imaginar un mundo diferente, más justo, equitativo y con más libertad… vamos, una Utopía.
El potencial transformador de la Utopía ha acelerado los cambios sociales, porque hace real ese otro mundo hacia el que ir; desde luego, es más que probable que no lleguemos exactamente a lo que se había marcado en un principio, pero buscamos acercarnos.
Y, es verdad, muchas Utopías han acabado degenerando, dando lugar a situaciones que sus creadores no esperaban; pero no es menos cierto que otras se han consolidado y hoy la damos por totalmente asumidas. ¿O es que acaso no era una Utopía la sanidad básica universal? ¿o la educación pública? ¿o, y no menos importante, una red estatal de bibliotecas públicas? ¿o el acceso a Internet?; Utopías triunfantes (aunque podemos oír a algunos voceros intentar tumbarlas, pero siempre desde el pretexto de su insostenibilidad, sin criticar su deseabilidad) que siguen adelante
Grant Morrison en su Supergods, lo entendió perfectamente. En ese libro se desarrolla porque es necesario volver a escribir superhéroes luminosos y siempre victoriosos, porque necesitamos esa idea para cambiar al mundo. A propósito de su niñez, atenazada por el miedo a la Bomba Atómica, escribió:
Antes de la Bomba, la Bomba fue una Idea. Superman, por otro parte, era una Idea más Rápida, más Fuerte, y Mejor. No es que necesitara que Superman fuera “real”, sólo lo necesitaba para que fuera más real que la Idea de la Bomba que aterrorizaba mis sueños.
La necesidad de una idea que sea capaz de superar a las malas ideas es imprescindible si queremos superarlas y dejarlas atrás. A los nazis les ganó el Ejército Rojo, pero también la idea de que todos los seres humanos somos iguales y que la Historia de la Humanidad es colectiva (sirva de ejemplo el papel de los científicos comunistas en el banco de semillas de Leningrado, que podéis ver en este enlace https://bellumartishistoriamilitar.blogspot.com/2016/09/el-banco-de-semillas-de-leningrado.html , aunque hay mucha información en la red).
¿Pero qué ha pasado en los últimos años? Pues que se han dejado de hacer utopías y prácticamente toda la producción de ese tipo son distopías. El cuento de la criada, la parábola de los talentos, Black Mirror… la lista es interminable, y todas nos hablan de lo mal que va a acabar la historia. No son una advertencia, casi las entendemos como una crónica del futuro inevitable. Las distopias eran una advertencia, ahora se viven como realidad inevitable. Y aquí viene lo malo, lo que debería acicatarnos, nos paraliza; pasamos de la ofensiva a la defensiva, “más vale pájaro en mano”, “virgencita, que me quede como estoy”, “más vale malo conocido” … En definitiva, qué mejor que no cambie nada, que lo que viene sea peor. Hoy no peleamos por construir un mundo nuevo, si no que, en el mejor de los casos, defendemos una vuelta a una Arcadia feliz que vivieron nuestros padres, con contratos fijos, estabilidad laboral, pensiones aseguradas tras una vida de esfuerzo…
Vivimos en las historias que nos contamos, si las historias son tristes, el mundo será triste; si son historias de lucha, seremos luchadores; si son historias de resignación y aceptación de lo que hay, seremos sumisos al poder.
Y, por eso, es más necesario que nunca el contarnos historias que nos engrandezcan como sociedad, que nos hagan soñar con un mundo que sea capaz de superar el sistema injusto en el que vivimos y construir un mundo mejor para todos y todas. Y habrá acusaciones de buenismo, de no saber entender el tiempo en el que vivimos, de que el ser humano no puede ser cooperativo y que el egoísmo es una ley natural contra la que no se puede luchar. Pero para eso tenemos a los superhéroes, para que les den una lección a esos bocachanclas.
Efraín Campos