ALMUDENA GRANDES Y LA GENTE

 

Felipe Alcaraz

 

Un día, en el mercado de Rota, el pescadero, desde el otro lado del talud de pescados y mariscos, le dijo a Almudena, que había ido a comprar:

 

-Hoy no te lleves boquerones, chocho.

Almudena tuvo al principio una especie de pujo de estupor, pero de forma casi inmediata se sintió fascinada por aquella demostración de confianza y amabilidad no impostada.

Si alguien era capaz de utilizar el lenguaje con aquella carga de cercanía y auténtica ordinariez, con aquel impulso absolutamente horizontal, ese pueblo era su lugar en el mundo.

En Almudena existía ese almacén de ordinariez y empatía, y sabía prodigarse con la gente, bebiendo de su vino y comiendo de su pan. Sabía estar y sabía luego convertir aquella relación en literatura, trasladando el poso emocionado de la vida cotidiana de la gente. Sabía aprender de la gente y, sobre todo, sabía ser gente. No en vano se ha dicho que el cuerpo central de su obra se levanta sobre una literatura de los perdedores, de los perdedores ante la historia y de los perdedores en la estructura social. Una literatura de los vencidos y de los perdedores que sabe ser emocionante y sabe transmitir la idea de respuesta y de lucha, la idea de una humildad elegante y orgullosa que se convierte en dignidad a lo largo de sus mejores novelas.

Aunque quizás la palabra que mejor exprese esa dignidad no sea otra que “resistencia”. Y frente a esa resistencia sabía retratar como nadie, desde sus contradicciones y el juego trágico de la ideología de los vencedores, la vida altanera de la parte menos aceptable de la historia, que sigue bullendo, a voces o en silencio, directamente o entre líneas, en los libros que relatan esta historia interminable de guerra que es España, si es que se puede decir en singular (“una de las dos españas ha de helarte el corazón”).

Quizás a alguna de sus novelas le sobraban páginas, pero ella sabía que no hay texto válido sin

contexto, que no hay vida al margen de la historia, ni la gente se muestra tal cual es al margen de los achuchones de la vida diaria. De ahí, quizás, su fascinación por Galdós, por los entresijos de la memoria, por los luchadores de barrio y de base, por los guerrilleros y su lucha anónima e inmortal contra el aislamiento y el olvido, por dirigentes rojos cuya imagen ha sido desecada por el relato oficial, despojada del ángel fieramente humano de sus sentimientos más cercanos y acalorados. Una relación cuidadosa que Almudena mantenía con sus antihéroes heroicos, lo mismo que hacía con sus lectores, quizás con la pretensión imposible de conocerlos uno a uno, por sus nombres y sus vidas, con realismo y sencillez. Por eso su obra, que contiene un universo (como en el caso de los grandes autores: Kafka, Faulkner, Joyce, el mencionado Galdós…) tiene una atmósfera, un regusto especial.

Más que realismo socialista es un realismo sin héroes ejemplares (los héroes suele ponerlos la parte heladora), pero con una música de fondo enamorada, como de serial radiofónico, que se encarna en la épica de los perdedores, en la memoria de la vida diaria de su paso por el mundo.

Con ese bagaje se lanzaba al encuentro de sus lectores, de sus lectoras. Popular, cercana, antifascista, atrevida, inagotable, demócrata hasta la desnudez. Y así se presentó, con el pelo muy corto, en Sanlúcar de Barrameda el último verano, cuando ya soplaban aires difíciles, encontrándose como solía con la gente del club de lectura “Mardeleva” con la misma llaneza de siempre. Quizás antes, como otras veces, había hecho una estación en Bajo de Guía para probar el cazón sanluqueño con tomate.

 

 

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