La música amansa a las fieras, a no ser que seas un artista frustrado, austriaco, bajito de voz aflautada y cada vez que oyeras a Wagner te dieran ganas, no ya de invadir Polonia, sino arrasarla desde la raíz. Todos los santos tienen novena, menos la excepción que tiene la regla: o sea, el común de los mortales no somos desalmados, sino tal vez sólo cobardes en el mejor de los casos o hijos de nuestras circunstancias, en general. Pero de la misma manera que Borges construyó una Historia universal de la infamia, hay también un cielo laico de hombres y mujeres buenos- la sal de la tierra- que inclina la balanza del lado de la decencia. Siguiendo el rastro del muy curioso y añorado filósofo filólogo Steiner, resulta curioso que entre decencia y demencia apenas haya un par de letras de diferencia.

Cherchez la femme, podríamos clamar si fuéramos Truffaut o Juan Sebastián Bollaín, o sea la nouvelle vague francesa y sevillana en un mismo plato. Margarita Laviana, se llama, pero empecemos por el principio este relato de música para cuerdos- si es que alguien lo es-  encerrados por locos,  apresados en aquella España que había enterrado a Franco pero que todavía no había puesto la losa del RIP al franquismo.  Y sin embargo las flores, las hierbas- las benditas malas hierbas que habían sido expulsadas del paraíso nacionalcatólico- surgían ya por las rendijas de un  régimen que nació y murió podrido. Pero difícil de derrumbar. 

En 1978 un grupo de auxiliares del hospital psiquiátrico de… 

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