Contaba Saramago que su abuelo, sabiéndose en trance de muerte, salió al huerto y abrazó uno por uno a los árboles que tanto le habían acompañado, despidiéndose de ellos.

Este es José, el de Azinhaga, el que habló de su abuelo y de las gentes de Portugal con el desprendimiento del que se sabe gente y no tiene que oírse todo el tiempo a sí mismo, convirtiéndose así en la voz nacional popular de su país. Este es José, comprometido con la parte más dura de la política, peinando a contrapelo el capitalismo explotador, el que un día dijo: “Solo hay dos grandes potencias en el mundo: los Estados Unidos y tú”.

A la hora de hablar de Saramago hablamos de una literatura del atrevimiento, la del que se juega entero, la del que se atreve a sembrar la parábola de un mundo diferente que, por serlo, ha sabido derrotar al mercado y sus colonizaciones.

Hablamos de un autor que no experimentó frívolamente con la realidad, y por eso no separó la vida política de la vida literaria, sabiendo al par, con su discurso, irritado y permanente, separar a las personas de la epidemia mediática de las conciencias sumisas, y sabiendo además separar la vida política de esa inmensa carga de superchería que hoy supone la sociedad del espectáculo.

Ganó el premio Nobel sin hacerse nunca el sueco, es decir, sin ocultar su condición histórica de comunista, sin disfrazar sus análisis y sus parábolas, anclado siempre en esa realidad alternativa que sueña con otro mundo basado en la superación de la lucha de clases, y puesto que se trataba de otro y mejor, en la superación a través de la victoria de los explotados y sometidos.

Su capacidad metafórica, a la hora de hacer parábolas que explicaban la realidad superándola, es lo que dijo la academia que estaba en la base del premio conseguido. Lo que no dijo la nota oficial es que Saramago combatía, de este modo, con su literatura, la ideología dominante, que es siempre la ideología de las clases dominantes, convertida en realidad oficial por el poder; y que el poder político en el fondo, aunque se presentara como sacerdote máximo de la ceremonia del mando, no era sino una sombra chinesca de las grandes multinacionales, de ese poder económico, organizado internacionalmente en forma de imperialismo.

En Azinhaga, estatua en honor de José Saramago

Saramago aporta con sus parábolas la alternativa a un mundo mal explicado que se dedica a explotar y dominar, sin que a veces lo parezca. Las novelas de Saramago se acercan a la parte posterior del espejo, señalan los hilos de una dominación oculta, y apuestan por cortar esos hilos desde el cambio de conciencia de ciudadanos por fin despiertos que descubren a la postre que, organizados, unidos, tienen un gran poder de transformación. Quizás sea esa la gran apuesta literaria y política de Saramago.

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