Las perdedoras de la Historia nos quedamos sin voz.

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Posiblemente la metáfora que mejor nos definía, momentos después de haber recibido la terrible noticia de la muerte de Almudena Grandes, es que teníamos el corazón helado, en una suerte de homenaje que acompañaba nuestro dolor.

 

Se nos fue la voz de las perdedoras de la Historia. Las perdedoras de la guerra, del capitalismo, del patriarcado feroz, de la sociedad que expulsa a tantas personas a los arrabales de la historia. Pero, también, se nos fue una de las voces más brillantes de la literatura y que siempre tuvo entre sus líneas la épica de estas perdedoras. Una voz que nos enseñó que la alegría es un arma superior al odio. Qué necesarias tus palabras ahora mismo, Almudena, cuando el mundo tiembla ante el odio y las injusticias. ¿Quién pondrá voz hoy a nuestras irrefrenables ganas de vivir en paz?  Haciendo mías las palabras de tu compañero Luis, supongo que estar hundida es un modo de seguir enamorada de tus palabras y de empezar una nueva vida con el amor a la verdad de siempre. Que, si hoy la vida nos maltrata, nos acordamos de ti y de tus libros; que no puede cansarse de esperar quien no se cansa de leerte.

Porque, como dijo tu poeta, ‘Almudena hizo siempre una literatura de mucha calidad sin separarse de la realidad, tratado las experiencias de todos de forma personal, huyendo de la imagen del escritor que se siente elegido por los dioses o profeta iluminado, porque ella era una vecina, alguien que vivía la realidad, y de ahí su capacidad de conectar con la gente, siempre comprometida con la vida cotidiana’. ¿Qué escribirías hoy? ¿Con qué palabras y con qué historias nos contarías lo que sentimos? ¿Cómo sabremos lo que sentimos si te has llevado nuestra voz con tu marcha?

Almudena Grandes nació en mayo en Madrid, allá por 1960. Un mayo madrileño que la vio llegar mientras florecían las rosas y el Parque del Oeste se vestía de gala para celebrar la llegada de la primavera en todo su esplendor como cada año desde 1955.

Con flores también la recuerdan los colegios de Chamberí. Flores amarillas para recordar a Almudena y su apuesta irrenunciable por la alegría: “La alegría me había hecho fuerte, porque (…) me había enseñado que no existe trabajo, ni esfuerzo, ni culpa, ni problemas, ni pleitos, ni siquiera errores que no merezca la pena afrontar cuando la meta, al fin, es la alegría”

 

Dicen las biografías oficiales que era escritora y columnista. Y que estudió Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid. Que trabajó en el sector editorial como redactora y correctora y coordinó una colección de guías turístico-culturales. Que colaboraba habitualmente en prensa, principalmente en El País, y participaba como tertuliana en algunos programas de la Cadena SER. Apenas hablan de las cosas que importaban y que hacían a Almudena ser quien era: su amor al sur, a Rota y a Granada. Que Almudena era Atleti, y no del Atleti porque una simple preposición lo cambia todo. No se habla del villancico rural y andaluz que recuerda a finales de noviembre y que le trae a su madre junto al niño que está a la puerta, más hermoso que un sol bello. Son las cosas chiquitas que se perderán, como se pierden las canciones de nuestra infancia entre paquetes industriales y edulcorados de canciones sin alma, y un año quizá la patrona no volverá a preguntarle de qué tierra y de qué patria.

Debuta Almudena en la novela con Las edades de Lulú (1989) y un excelente medidor de su éxito es su traducción a 20 idiomas. Premiada y llevada al cine por Bigas Luna su obra significó un salto histórico. No era solamente una novela erótica: era un retrato de la sociedad y política española de los años 80. Apartándose de los tópicos que este tipo de novelas suelen arrastrar nos hablaba de la iniciación a la edad adulta. Sin lenguaje figurado, con toda la crudeza de llamar a las cosas por su nombre. Una obra dura que produjo el rechazo, en su versión cinematográfica, de Ángela Molina. La adaptación perdía mucho del aprendizaje vital de una mujer entre los 14 y los 25 años para centrarse en el aprendizaje sexual.

Sigue contándonos su biografía que, además de ser la Almudena Grandes protagonista absoluta de sus obras, participó en varios libros colectivos: Libro negro de Madrid (1994), Madres e hijas (1996) y Érase una vez la paz (1996). Tampoco perdió oportunidad en la literatura infantil: con ¡Adiós, Martínez! (2014) aprendimos que una buena amistad supera cualquier fantasía.  

Llegan más novelas: Malena tiene nombre de tango (1994), Atlas de geografía humana (1998) o Los aires difíciles (2002), muchas de ellas llevadas también, como Las Edades de Lulú, al cine.

 

Y de pronto, en 2007, El corazón helado. Título que homenajea a Antonio Machado haciendo referencia a su famosa cita “Una de las dos Españas: ha de helarte el corazón”. Contaba Almudena que su novela circula entre dos citas de Antonio Machado: la que daba título a su obra y otra cita, mucho menos conocida, respuesta de Machado a la entrevista que le hizo Iliá Ehrenburg en el año 38 “Para los historiadores, para los políticos, para los estrategas estará claro hemos perdido la guerra, pero humanamente quizás la hemos ganado”.

Con El Corazón Helado quería Almudena despertarnos el ansia de saber y recuperar nuestra memoria: “la II República Española y la Guerra Civil son uno de los grandes momentos de la humanidad y que por eso no se acaban nunca. Yo creo que en este país no tenemos todavía eso asumido. Igual que el imperio romano no se acaba nunca, igual que la Revolución Francesa no se acaba nunca. La gran épica, la gran epopeya democrática de la España del siglo XX no se acabará nunca. Entonces si mi libro sirve para convencer de eso a algún lector más joven que yo ya habrá servido para mucho”. Y con ella aprendimos el precio a pagar por el conocimiento, por aprender y descubrir. Un alto precio, sí. Pero un precio rentable a largo plazo. Y aprendimos también sobre las dinámicas de poder de la España contemporánea.

Decía la autora que, cuando se puso a escribir y, por tanto, a leer para documentarse sobre el periodo que trataba, lo primero que aprendió es que no sabía nada. Así mismo nos quedamos leyéndola. Porque lo primero que aprendimos con El Corazón Helado es que no sabemos prácticamente nada.

Nace aquí, al menos formalmente, la heredera de la gran novelística del s. XIX, del realismo francés y de la narrativa de Benito Pérez Galdós. Almudena se reivindica galdosiana y, como él, su novela se ambienta en la vida cotidiana, en la historia con minúscula, para mostrarnos la Historia con mayúsculas de nuestro país.

 

Esta mirada al pasado arranca con Inés y la Alegría (2010), inaugurando una serie centrada en la Guerra de España y que denomina, como gesto claro de su citado fervor galdosiano, Episodios de una guerra interminable.

Después llegarán El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2013) y Los pacientes del doctor García (2017) y La madre de Frankenstein (2020).

 

Con Inés y la alegría inicia como decíamos su, probablemente, saga de obras más políticas (aunque todas lo eran) y nos enseñó a muchas comunistas parte de nuestra propia historia arrebatada con años de silencio y olvido. A pesar de la dureza, y de la ausencia de finales felices, sentimos fuerzas renovadas: nos reconciliaba con la lucha y aprendíamos a amar nuestras heridas. Como ella misma decía “en la historia del PCE hay suficiente gloria como para no ocultar sus miserias”.

 

Almudena no quería olvido, quería ventanas abiertas y luz sobre las vidas de tantas personas invisibles y, por eso, siguieron llegando más Episodios de una guerra interminable. Su proyecto narrativo de 6 novelas independientes pero intercomunicadas que recorren la posguerra y la dictadura franquista. Son novelas que recrean hechos reales desde argumentos de ficción quizá porque, como G.K. Chesterton, Almudena también pensaba que necesitamos la ficción no para saber que los dragones existen, sino para aprender que podemos vencerlos. 

Y así aprendimos sobre episodios oscuros del Madrid de la dictadura, de mujeres que pierden la cabeza cuando pierden el control, de bodas carcelarias y lucha antifranquista.

 

 

“Fui al Archivo Histórico del PCE, en Madrid, hasta que contacté con Fernando Hernández Sánchez, que se le conoce entero. Yo molesto bastante a los historiadores, tengo muchos amigos historiadores, y tampoco me avergüenza ponerme en contacto con otros que conocen muy bien un tema que me interesa” le contaba Almudena a Mario Amorós en una preciosa entrevista en Mundo Obrero. 

Porque, sin duda, si algo caracteriza a esos Episodios de una guerra interminable es la presencia del PCE. Y es que sabía, a pesar de años de olvido activo, que no es posible hablar ni escribir sobre la resistencia al franquismo sin hablar y escribir sobre la historia del PCE y de sus hombres y mujeres. Aunque duela. Aunque en esas historias conozcamos y reconozcamos nuestras heridas para poder sanarlas. 

Con Inés y la alegría aprendimos la importancia de las ganas de vivir, de seguir adelante y disfrutar al máximo el presente. Una alegría que permitió a Inés sobrevivir en las cárceles físicas, pero también emocionales. Sobrevivir a la injusticia, a la clandestinidad, al miedo y a la guerra. Aprendimos, también, sobre la invasión del Valle de Arán, la historia de los y las comunistas y por qué, a veces, no ganan los buenos.

El lector de Julio Verne nos enseña el valor de la literatura, cómo el amor y la pasión por las novelas de aventuras pueden llevarte a descubrir un mundo nuevo y convertirte en otra persona. Con la Sierra Sur de Jaén de fondo conocemos la atmósfera asfixiante de la posguerra andaluza y las contradicciones de quienes se sometieron al franquismo campante presionados por el miedo, la extorsión o la pobreza; y crecemos con el niño que ve tambalearse las verdades que le habían sido dadas y decide forjar su propio camino. 

La resistencia clandestina contra el franquismo la aprendimos de la mano de Las tres bodas de Manolita. El escenario, en esta ocasión, es Madrid y su vida social en la posguerra. Se nos presenta y nos ayuda a entender el pensamiento de los vencidos, así como su crecimiento y evolución en la figura de Manolita. Aprendemos con esta obra sobre las multicopistas que el partido comunista logró introducir por piezas en España, incautadas en 1942, y sobre los niños esclavos del franquismo a través de la historia real de Isabel Perales. Sin olvidar las redes de solidaridad que tejieron muchas personas. Su valentía no estaba en la ausencia de miedo, sino en su capacidad de hacerle frente allá donde fuera: un teatro o una cola a puertas de la cárcel.

Sobre criminales de guerra, el Tercer Reich o la División Azul aprendimos con Los pacientes del Doctor García, una de las más complejas obras de Grandes y que requirió casi cuatro años de documentación y elaboración. Mención especial merece la aparición de Norman Bethune en la novela, personaje que en nuestro país es prácticamente desconocido y, sin embargo, fue actor fundamental en conservación de los bancos de sangre: diseñó la administración de transfusiones de sangre in situ, y desarrolló la primera unidad médica móvil. 

Con La madre de Frankenstein conocimos la sociedad clasista, asfixiante y rancia de la España de los años 50 y el fuerte dominio de la Iglesia católica en ella.

 

 Nos va a faltar la novela que cerraba la sería, Mariano en el Bidasoa, en la que Almudena Grandes quería relatar la emigración económica interior y los 25 años de paz: Almudena murió el pasado 27 de noviembre de 2021 en Madrid, cuando fructifican los granados. 

Poco después de su muerte escribía Esther López Barceló Yo no soy nadie que te conociera mejor que nadie, no soy, ni fui tu amiga –me cuesta escribir en pasado–, ni siquiera me considero una especialista en tu obra: tan solo soy una mujer que lee y escribe gracias a quienes lo habéis hecho antes y que te llora, por todo lo que has significado, aunque tú no lo sepas, ni lo vayas a saber ya nunca”.

Suscribo cada una de esas palabras. Porque este artículo es un atrevimiento por mi parte y una temeridad por parte de quienes me han permitido colarme un ratito en vuestras vidas para contaros por qué Lulú, Malena, Aurora, Sara, María José, Manolita, Inés y tantas otras se quedan con nosotras y no hay muerte que pueda arrancarlas de nuestro corazón. 

 

Pero, ay, ¡cuántas faltan! Nos has dejado huérfanas, Almudena, de las voces que seguimos necesitando escuchar. Y ahora ¿quién nos contará sus historias?

 

Eva García Sempere

(Publicado originalmente en Nuestra Bandera, nº 254)

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