Pienso más avanzado de lo que realmente siento.

Arrastramos, arrastro, demasiados tics machistas, racistas, incluso homófobos, judeocristianos, demasiados miedos atávicos, desconfianzas en el género humano, tópicos y prejuicios acerca de la sociedad que me rodea.

En cambio tengo un fuerte impulso racional por atacar mis propias contradicciones, de forma que mi pensamiento social se basa en lo imparcial, en lo estrictamente justo, en los datos y no en la suposición.

Puedo con mis tripas menospreciar a gente que lo hace mal, pero esos menosprecios quedan para mí. Me obligo a defender el derecho de cada cual a hacer con su vida lo que quiera siempre que no haga nada ilegal o falto de ética.

Se palpa un mar de fondo en nuestra sociedad que impulsa a pensar con las vísceras, a despreciar al diferente, a soslayar violencias, a justificar retrocesos sociales basados en el miedo, a crear sospechas permanentes. ‘Nos invaden, nos engañan, son escoria, quieren robarnos, nadie las maltrata, son pervertidos, buscan nuestra ruina, no son de fiar, son veneno, nos roban…’. En el fondo, se nos trata de inculcar por ese populismo zafio, que las injusticias son inventadas. Que sólo es válido lo que nos conviene.

Basan sus mentiras en ejemplos infrecuentes.

Yo lucho contra esos miedos para reafirmarme en que la verdad está en la justicia. Y no hay justicia mientras haya quienes se sientan despreciados por ser diferentes.

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